Las trompetas de la celebridad
1
Vivía yo hasta ahora de espaldas a la calle,
sereno, soñador, sin meterme con nadie…
Pasando de pagar por la fama arancel,
como un lirón dormía en mi hojita de laurel.
Personas con criterio me han hecho darme cuenta
de que al hombre corriente debo rendirle cuentas;
que, bajo la amenaza de hundirme en el olvido,
tengo que pregonar todos mis secretillos.
Trompetas
de la celebridad,
¡qué mal
afinadas estáis!
2
Sacrificando el noble principio del recato
en beneficio del tirón publicitario,
¿debo decir con quién y hasta en qué posición
practico yo el estupro y la fornicación?
Si voy dando los nombres, cuántas buenas esposas
de pronto pasarán por consumadas golfas,
¡la de buenos amigos que me darán la espalda!,
¡y cómo han de lloverme golpes y puñaladas!
Trompetas
de la celebridad,
¡qué mal
afinadas estáis!
3
Cualquier exhibición mi natural declina,
soy de una timidez casi, casi enfermiza;
no le he enseñado mi órgano reproductor
a nadie, salvo a mi esposa y a mi doctor.
¿Tendré, para copar los grandes titulares,
que darle al tambor con mis propios genitales?,
¿los debo enarbolar ufano y exhibirlos
como el cirio pascual que porta el monaguillo?
Trompetas
de la celebridad,
¡qué mal
afinadas estáis!
«La fama perjudica»
4
Una mujer de mundo, que algún día me deja
hacer alardes en su escudo de nobleza,
en su diván de seda de extranjis me pasó
parásitos de la más vulgar condición…
Con el pretexto del reclamo, de la fama,
¿tengo derecho a hundir el honor de la dama
contando al redactor de alguna revistilla:
“la señora Marquesa me ha ‘pegao’ las ladillas”?
Trompetas
de la celebridad,
¡qué mal
afinadas estáis!
5
¡Loado sea Dios!, vivo en buena alianza
con el padre Duval, el motilón que canta;
como es predicador y yo, blasfemo infiel,
me deja decir ‘mierda’, yo le consiento ‘amén’.
¿Habré de publicar que lo pillé una tarde,
hincado de rodillas a los pies de mi amante,
cantando en un susurro la triste letanía
mientras ella le daba brillo a su coronilla?
Trompetas
de la celebridad,
¡qué mal
afinadas estáis!
6
¿Con qué celebridad tendré yo que acostarme
para que la deidad de cien lenguas se explaye?
¿Será preciso que remplace mi guitarra
por una gran «vedett’», por una comedianta?
Para excitar al pueblo, que devora portadas,
¿quién me quiere prestar su grupa reputada?
y ¿quién me va a dejar coronar la ascensión
a su monte de Venus, sin trampa ni cartón?
Trompetas
de la celebridad,
¡qué mal
afinadas estáis!
7
Más fuerte sonarían las trompetas, sin duda,
si, como a todo dios, se me viese la pluma,
si me contonease como una damisela
y fuese por ahí con andares de gacela.
¡Menuda extravagancia!, pues que yo sepa no es
juicioso intercambiar en el amor los roles,
no añade eso al honor un ápice, una brizna.
El crimen pederasta hoy ya no se cotiza.
Trompetas
de la celebridad,
¡qué mal
afinadas estáis!
8
Después de este abanico de mil y una recetas
que os proporcionarán la gloria en las gacetas,
prefiero mantenerme fiel a mis convicciones
y rascarme la tripa cantando mis canciones.
Si el público lo pide, las saco yo a la plaza;
si no lo pide, pues las guardo en mi guitarra.
Pasando de pagar por la fama arancel,
como un lirón, me duermo en mi hojita de laurel.
Trompetas
de la celebridad,
¡qué mal
afinadas estáis!